Es fácil identificarlo entre el mar de caballos en el que se sumerge cada primer fin de semana de julio. Su camiseta amarilla le delata. Santiago Obelleiro tenía solo cuatro años cuando se adentró en el curro del Campo do Medio para separar a los potros, atendiendo la llamada de la tradición. Con 13 dio su primer salto. El año pasado salió del último curro de la temporada con la mandíbula rota, un accidente que lo tuvo sin poder hablar al menos durante un mes y comiendo por una pajita casi tres. Sin embargo, el sábado Santi volvió al curro -dice que más calmado pero con las mismas ganas de siempre- para terminar el trabajo que tuvo que dejar sin completar el año pasado.

-¿Cómo se sale al curro después de haberlo abandonado en el último encuentro del año pasado con la mandíbula rota?

-Bien. Vine con algo más de calma que otros años. Otros años el sábado era el primero en salir al curro porque quería los mejores caballos, que son los primeros que se aloitan, y, sin embargo, este año me sacrifiqué yendo más calmado.

-¿Hubo sensación de miedo o de respeto excesivo?

-Sensación de nerviosismo, más que de miedo. La incertidumbre de no saber si te vas a volver a golpear... Sabes todo lo que pasaste el año pasado y las imágenes de pensar en volver a pasar por lo mismo te dan ese nerviosismo. Después de la primera ya ves que es otra vez todo igual.

-¿El aloitador tiene alma de torero?

-Creo que somos diferentes. Cada uno tiene sus puntos. Lo nuestro es diferente a los demás. Nacemos aquí y ya naces con ese punto. Sin embargo, creo que el torero se tiene que hacer. No sé, se lo tendrías que preguntar a ellos, porque no sé su experiencia. Yo siempre nos definí como algo distinto, desde la humildad.

-En todo caso, parece que tienen capacidad para olvidar las heridas...

-Olvidar no se olvida, sobre todo cuando hay cambios de tiempo te das cuenta de que algo pasó (Risas). Pero creo que nunca piensas en lo que pasaste. Son unas imágenes que se te pasan durante unos segundos pero no impiden que vuelvas ahí dentro. Una vez que ves a los caballos pasar se te olvida todo por lo que pasaste y lo que menos piensas es que va a volver a suceder.

-Aunque parece totalmente recuperado, el último tuvo que ser un año complicado.

-Lo pasé muy mal durante los tres primeros meses. Durante dos meses y medio solo comía líquidos por una pajita. Probé hasta los potitos de los niños (Risas), me sé las marcas todas. Lo que peor me lo hizo pasar fue que no podía hablar. Al romper la mandíbula, me cerraron la boca con unos tornillos y unas gomas y no me dejaron abrirla, entonces no podía hablar. Una simple palabra que explica todo y no poder decirla... es horrible. Lo que peor llevé fue no poder hablar con la gente durante por lo menos un mes.

-¿Compensa el disfrutar de la Rapa todos estos percances?

-Creo que siempre compensa. Mientras estemos aquí y no vayamos para el otro lado, pienso que siempre compensa. Se ve tanto en la gente joven como en la mayor. Todos repetimos. Es una satisfacción personal, colectiva entre nosotros, ese punto de orgullo que tienes y que te hace volver aquí cada año.