Una muestra recobra la elegancia del Givenchy original

  • El modisto Hubert de Givenchy muestra en el Museo Thyssen de Madrid cien de sus diseños confeccionados en la segunda mitad del siglo pasado.
  • Entre las creaciones expuestas, algunos de los trajes que Audrey Hepburn lució en sus películas o conjuntos de noche de Jackie Kennedy.
  • La exposición abre sus puertas este miércoles, día 22 de octubre, y podrá visitarse hasta el 18 de enero de 2015.
El modisto Hubert de Givenchy y la actriz Audrey Hepburn, en una prueba de vestuario para la película 'Historia de una monja'.
El modisto Hubert de Givenchy y la actriz Audrey Hepburn, en una prueba de vestuario para la película 'Historia de una monja'.
Fred Zinneman / Museo Thyssen
El modisto Hubert de Givenchy y la actriz Audrey Hepburn, en una prueba de vestuario para la película 'Historia de una monja'.

Es 2012. Los glúteos de Beyoncé dibujan un bamboleo levantisco cuando suben la escalinata del Festival Met de Nueva York. Sobre ellos, una prenda voraz en la que se enredan carne, encaje, plumas, muslos y pedrería. Se trata de un modelo Givenchy del siglo XXI, cuando ya el creador de la firma, Hubert de Givenchy, se había jubilado (lo hizo en 1990). Sin embargo, y pese a que el modisto y admirador de Balenciaga asegura que la moda actual es "vulgar" y "está descabezada" —y se niega a opinar sobre la dirección que ha tomado la compañía que fundó en 1952 tras su marcha— la marca sigue siendo una historia de musas que hoy gira en torno a las divas millonarias del pop y el R'n'b (desde Beyoncé o Rihanna a Madonna), y que en su día, envolvió a reconocidas actrices de Hollywood y damas presidenciales. Entre una etapa y otra, puntadas libres y escurridizas.

Es aquel espíritu inicial que gestó Givenchy, el que borró estridencias de los armarios de la alta costura y acuñó el término de prêt-à-porter (aunque de lujo), el que llega ahora al Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (del 22 de octubre al 18 de enero). Una exposición en la que el propio fundador, de 87 años, ha seleccionado cien de sus principales creaciones, realizadas desde los años 50 hasta su retirada, y con la que trata de demostrar que la moda ("no las modas", puntualiza en las entrevistas) son parte de la cultura.

De esta forma, y mediante una retrospectiva serena salpicada por destellos de innovación (entre ellos, los que aportan los vestidos saco, las blusas Bettina y las siluetas de princesa moderna cubiertas de sobriedad), la exposición presenta un diálogo entre las prendas y los fondos pictóricos del museo. Entre estos últimos, cuadros de Bosschaert, de Rothko o De Staël, con los que comparte colores o trazos.

El modisto de Audrey Hepburn

La belleza aniñada de Audrey Hepburn, tan alejada de la exuberancia de otras actrices de la época, fue el mejor escaparate de la obra del modisto y su mayor baluarte para imprimir su nombre en los créditos de Hollywood (y, casi, en un Oscar por el vestuario de la película Sabrina que finalmente recogió, dicen que injustamente, la diseñadora Edith Head).

Ahora, la exposición permite contemplar el vestido largo y recto de satén negro, con espalda semiabierta, con el que la Audrey Hepburn de Desayuno con diamantes revolucionó los armarios de las estadounidenses (y, posteriormente, los de medio planeta). O el diseño de encaje negro que vistió en Como robar un millón, así como una fotografía en la que se ve al diseñador ultimando un espectacular traje blanco con falda de capa que después vestiría la intérprete en Historia de una monja.

La protagonista de Sabrina no es el único rostro que lució la alta costura de Givenchy. En la muestra se pueden contemplar modelos realizados para Jacqueline Kennedy —un conjunto de noche en satén crudo con flores multicolores en la pechera—, la duquesa de Windsor, Wallis Simpson o Carolina de Mónaco. Y algunos préstamos de colecciones privadas de clientas como las españolas Carmen Martínez-Bordiú o Sonsoles de Icaza.

Entre medias, las diferentes visiones de un guardarropa atemporal que, en 1969, dibuja escotes asimétricos y faldas con plumas irreverentes y saltarinas; en el 75, hombreras de elegancia afilada; en los 80, trajes de novia de austeridad exótica y, en los 90, se atreve con la insolencia de los colores (combinación de absenta y fucsia) en un vestido de noche, aunque apaciguado por el negro. Porque la estridencia no cabe en el decálogo de este francés para quien la elegancia es, sobre todo, ser "uno mismo" y, después, la sencillez. Aunque esa sencillez llegue a veces mareada por bisutería fina o pieles artificiales, una de las osadías de este innovador templado.

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