MÚSICA Concierto

Confesiones y birras con Ferreiro

Iván Ferreiro, ayer en su actuación en la sala Galileo Galielei

Iván Ferreiro, ayer en su actuación en la sala Galileo Galielei Ana Hernández García

Había ayer un tipo en la barra del Galileo Galilei, Iván Ferreiro al fondo, entreverado entre una suerte de banderines a modo de fiesta mexicana, luces rojas inundando el escenario, que cuando resonaban las últimas notas de El Equilibrio es imposible, silencio en la sala, comenzó a desgañitar el corolario del que se convirtió en uno de los emblemas de Los Piratas: "Qué caras más tristes, qué caras más tristes...".

Y a Iván aquello le hizo gracia. Sonrió. Y le aceptó el envite. Y él también lo gritó. Y las caras del público, sentado en su mayor parte, se transformaron. Y ahí, quizá, algo cambió. Había empezado el cantante gallego entre susurros, como quien canta delante de la novia en el salón de su casa, acaso era lo que venía en el intimista guión de la cita, en un escenario que invitaba ya a una especie de pasión contenida, con sus sillas, sus mesas, y sus Mahous en la mano.

Que empezara el concierto con la lánguida y sincera Me toca tirar marcaba el trazado de una noche de andar por casa, en la que todas las miradas, como siempre, se centraron en su voz. Y el sabía qué decir. Le siguió El Bosón de Higgs, de su último y más optimista disco (Val Miñor - Madrid: Historia y cronología del mundo), como la dulce El fin de la eternidad: "Recuerdo que un día yo sólo hacía canciones para ti", una frase que no es difícil que el público entienda que va dirigida a él. Canciones, en cualquier caso, siderales, que venían perfectas para ese escenario, con Ferreiro a los teclados, acompañados muy cerca de su hermano Amaro y Emilio Saíz, a un altísimo nivel anoche.

Se notaban las ganas de un auditorio que quería sacudir su emoción ante aquella visceralidad sonora, bailando quizá, y en cambio se conformó con dar palmas, como con Pájaro Azul. Ferreiro, que ya se le olía de que iba la vaina, se levantó del taburete, y empezó a contonearse con ese garbo indescriptible con la mano doblada sobre la cadera. Pura marca de la casa.

Las primeras notas de Bambi Ramone despertaban a la bestia que cada uno guardaba esperando su oportunidad pero a Ferreiro eso de las palmas tampoco le convencía mucho porque seguramente le desconcentraba: "Sé que lo hacéis con la mejor intención". Y al final de la sala, los que podían, comenzaron a bailar. Y el público siguió a su rollo. Venga palmas.

La riada ya era imparable. Y la catarsis pasó de repente con 'Cómo conocí a vuestra madre'. La cantante Zahara salió al escenario a continuación para cantar con Ferreiro Leñador y la mujer América. Zahara emocionó con su lánguida voz, pero no pudo evitar soltar una carcajada sincera al ver a Ferreiro hacerle su "baile especial", que es bastante indefinible, pero que hace que te entren ganas de llevártelo de discotecas para que lo haga toda noche.

Lo más curioso es que lo mejor estaba por venir, con una entrevista de los fans al cantante, en una interrupción del concierto en la que Ferreiro, con un par, se atrevió a tocar y cantar el himno del Rápido o La chica de ayer, todo a petición del público. Mientras se tomaba una cerveza, otra simbiosos con su público, que hacía la propio, dio respuestas de las suyas, habló de su amigo Miguel Bose, reiteró que le gustaría hace un dueto con "la Pantoja" o José Luis Perales y reconoció que cuando canta pocas veces está pensando en lo que le llevó escribir la canción: "Hay veces que mientras canto me acuerdo de que he dejado la lavadora puesta".

La futurista y brillante Una inquietud persigue mi alma, y luego la revitalizante Mi furia paranoica fueron cerrando una cita que se engloba dentro del ciclo Los cómplices de Mahou y en la que Ferrero demostró, una vez más, por qué es uno de los más brillantes, completos, y complejos artistas de nuestro país. Un tío que nunca engaña.

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