El reino de Mustang; el último país secreto del Himalaya

Los templos ocupan lugares estratégicos. La mayoría se encuentran en cruces de caminos o altos con una gran carga simbólica dentro del territorio. Jean-Marie Hullot

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Los primeros extranjeros entraron en el Reino de Mustang a partir de 1964; hasta ese momento, este pequeño territorio situado al noreste del macizo del Annapurna era un lugar secreto, recóndito y vedado a la presencia de extraños. Mustang ocupa un estrecho valle que sirvió de conexión durante siglos entre los grandes reinos de Nepal, al sur y Tibet, al norte. Un enclave estratégico que también fue lugar de tránsito habitual de las caravanas de sal que bajaban desde las llanuras tibetanas hasta los valles nepalíes e indios. Un lugar que supo mantener el equilibrio entre sus vecinos para sobrevivir, desde inicios del siglo XIV, como reino independiente aunque vasallo, al mismo tiempo, de Katmandú (Nepal) y Lasha (Tibet).

Y así se mantuvo hasta 2008, cuando Nepal abolió la monarquía de este pequeño territorio y lo anexionó de manera definitiva. Pero lejos de abrir el lugar al turismo, el gobierno nepalí ha restringido el tránsito por el antiguo país que se mantiene casi prístino como un fósil viviente: un trozo de la verdadera cultura y religión tibetana enclaustrado entre montañas. Una maravilla a la que sólo tienen acceso unos pocos miles de visitantes al año. Un lugar en el que hasta hace apenas unos años sólo se podía recorrer a pie –ahora hay una pista de tierra hasta la capital, Lo Manthang- y que es uno de los últimos reductos de la aventura en su acepción más clásica.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que para visitar este reino perdido entre las montañas hay que solicitar un permiso al Servicio de Inmigración del Gobierno de Nepal . En el caso del Reino de Mustang, el permiso cuesta 500 dólares y permite la entrada al territorio por diez días (empiezan a contar desde que se pasa por el punto de control de Kagbeni). Cada día adicional cuesta otros 50 dólares. Es obligatorio ir acompañado, al menos, de dos guías autorizados. Para visitar el bajo Mustang (Marpha, Jomsom, Kagbeni y Muktinath) sólo hacen falta los permisos ordinarios (El del Parque del Annapurna – ACAP- y la tarjeta TIMS -Trekkers’ Information Management Systems-); pero más allá de Kagbeni es necesario sacar ese permiso especial. Muchas agencias ofrecen tours por ‘Upper’ Mustang e incorporan el servicio de tramitación de los permisos.

Jomsom, la entrada al Reino de Mustang

Lo habitual es iniciar la visita a Mustang desde la ciudad de Jomsom. Aquí se encuentra el aeropuerto más cercano al corazón del valle y también la carretera que conduce hasta Kagbeni, que es el punto de entrada oficial al Valle Alto. Es el último de los centros turísticos de importancia (con hoteles de hasta cinco estrellas, restaurantes y todo lo demás). La ciudad se encuentra en uno de los pocos respiros que da el Río Kali Gandaki que apenas unos kilómetros más abajo y más arriba excava uno de los cañones más profundos y espectaculares del mundo. Dicen que la enorme trinchera formada por este río es ‘la cicatriz más grande y profunda de la tierra’. Y es verdad. Hasta tres de las diez montañas más altas del planeta se encuentran en las márgenes de un lugar donde cabría tres veces el famoso Cañón del Colorado. El Kali Gandaki parte la Cordillera del Himalaya en dos.

La visita a Jomson ya merece la pena y desde aquí se pueden hacer un par de buenos treekings que están incluidos en el circuito del Annapurna. Ya antes de adentrarnos en las partes altas del valle podremos visitar viejos templos budistas, grandes concentraciones de fósiles de más de 40 millones de años de antigüedad, los templos de Muktinath – un lugar sagrado para el budismo y el hinduismo que está considerado como el centro espiritual de la región- y la propia Kagbeni, antigua ciudad amurallada que defendía el acceso al cauce alto del río. Esto es, literalmente, otro mundo. Un lugar de paisajes áridos casi lunares flanqueado por las nieves perpetuas de cimas que, en alguno de los casos, superan los 8.000 metros de altura. Más allá de Kagbeni, un pequeño universo con tres pequeñas villas, una treintena de aldeas y ocho monasterios que siguen, literalmente, anclados en el tiempo y en el que viven unas 10.000 personas.

Un valle mágico

En Mustang perviven las creencias más antiguas del budismo tibetano; y también del hinduismo, que aquí se mezcló con las creencias ancestrales del bön , una antigua religión animista que deifica las fuerzas de la naturaleza creando un complejo cosmos de fuerzas del bien (celestiales) y malignas (subterráneas) que interactúan con los seres del plano terrenal a través de la magia. La cruz gamada –yundrung- es uno de los símbolos supremos de esta religión que, en su versión más moderna, mezcla las prácticas chamánicas con las enseñanzas del budismo. Mustang es un santuario en todos los sentidos. Refugio de viejas religiones, de costumbres y hasta de estirpes y familias que han permanecido aisladas del resto del mundo durante siglos. Más allá del punto de control de Kagbeni se entra, literalmente, en otro mundo.

Los tours por ‘Upper’ Mustang suelen durar entre diez y quince días (entre los meses de mayo y octubre) y no son aptos para todos los públicos. Cada jornada supone caminatas de hasta siete u ocho horas con desniveles brutales que, en muchas ocasiones, superan los dos mil o tres mil metros (algunos pasos de alta montaña superan los 5.000 metros sobre el nivel del mar). Pero la recompensa es protagonizar uno de los trekkings más espectaculares del mundo. Montañas áridas, viejos templos de piedra rojiza cubiertos de pinturas hasta seis veces centenarias y pueblos laberínticos enclaustrados en valles tapizados de verde donde hombres y mujeres siguen viviendo como hace siglos pese a la llegada de los caminantes occidentales y la electricidad.

En las alturas vive el famoso y esquivo leopardo de las nieves. Verlo es casi tan difícil como toparse con el mítico Yeti, el abominable hombre de las nieves que de tanto en tanto deja alguna huella o se deja ver ante la sorpresa de algún pastor. Más comunes son las cabras azules. Nos encontraremos con ellas cerca de los altos allá dónde se localizan los pequeños templetes cuajados de banderines de oración. A lo largo de los días, la ruta te lleva arriba y abajo saltando de valle en valle y visitando pequeñas aldeas que rara vez superan el medio centenar de casas. Si te enseñan la lengua no te asustes. Es la manera tradicional de saludar por esos pagos. Son gentes amables y hospitalarias (como casi todos los pueblos que viven en ambientes extremos), pero muy celosos de sus costumbres y guardianes de sus costumbres y creencias. Hasta aquí sólo suelen llegar viajeros. Generalmente gentes de respeto.

El rosario de pueblos y villas completa una treintena de poblaciones. El circuito total ida y vuelta hasta Lo Manthang –capital del antiguo territorio- ronda entre los 150 y los 180 kilómetros desde Kagbeni. Lo normal es tardar entre cuatro y cinco días en llegar hasta la capital pasando por las aldeas y monasterios más importantes de la antigua ruta de la sal: Thangbe; Chhusang; Samar; Ghiling; Dhakmar; Tsarang y, finalmente, Lo Manthang.

La ciudad de Lo Manthang está protegida por gigantes. Su situación en una pequeña meseta rodeada de montañas y las dificultades que presenta el camino de acceso permitió a esta pequeña ciudad quedar al margen del expansionismo chino que absorbió al Tibet a mediados del siglo XX. La pequeña ciudad amurallada fue hasta 2008 la residencia del rey cuya familia sigue viviendo, aunque desprovista de cualquier tipo de poder civil (aún sí simbólico) desde la abolición de la monarquía por parte de Nepal. El palacio real es una imponente casa de cuatro pisos. No es muy lujosa, ni muy grande si la comparamos con otros palacios.

Barro, piedra y madera blanqueada con cal que forma un pequeño laberinto de estancias pasajes y pequeños patios interiores que forman el epicentro de una pequeña ciudad de callejones imposibles, casitas modestas, una incipiente oferta turística y un par de templos. En los alrededores de la ‘capital’ hay bastante que ver así que asegúrate que el plan de viaje cuenta, al menos, con un día extra en Lo Manthang. Imprescindibles la Cueva de Jhong, a la que se llega a través de una pista de nueve kilómetros –parece que ahora hay coches que llegan hasta allí- y el Monasterio de Namgyal que se recupera del terremoto de 2014.

Fotografías bajo licencia CC: Jerome Bon; Jean-Marie Hullot; simonsimages

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