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Grünerløkka El verano de Oslo

domingo, 21 de octubre de 2018


Domingo
El Mercurio

Comparada con las grandes ciudades europeas, la capital noruega carga con el estigma de ser aburrida y cara. Sin embargo, desde hace un par de décadas, un barrio parece salirse de la norma: Grünerløkka, una vieja zona obrera que, gracias a una robusta oferta gastronómica, cafés y calles salpicadas con tiendas de diseño, logró convertirse en el barrio más cool y apetecido. TEXTO Y FOTOS: Arturo Galarce , DESDE NORUEGA.



G rünerløkka huele a pan horneado, a pizza, a cigarrillos electrónicos, a café de grano. Hoy es martes. El sol pega como si estuviéramos en mitad del verano, me dice Mali Brødreskift, vecina del barrio, rubia, pecosa, agradeciendo con ironía los efectos palpables del calentamiento global: en otras épocas, dice, las tardes eran más frescas y los días más cortos. Pero ahora es diferente y Grünerløkka paga el costo: es el barrio de moda de Oslo. El lugar hasta donde todos llegan cuando sale el sol.

Pero para entender Grünerløkka es necesario repasar algo sabido: en Noruega, el invierno es crudo, frío y oscuro. Con días en los que el sol se asoma por pocas horas, a veces con la intensidad de un atardecer. Durante esos meses, gran parte del territorio del país queda cubierto de nieve: los ríos y lagos se congelan, aumentan las tasas de suicidio, y la vida de la mayoría de los noruegos transcurre del trabajo a las pistas de esquí, y de las pistas de esquí hasta sus casas.

Pero cuando sale el sol todo cambia. Llegan las urracas, las mariposas, y en los supermercados los frascos con suplementos de vitamina D se acumulan con precios de oferta. La gente regresa a los parques, tal como hoy, estirados sobre el pasto del Birkelunden como paneles solares. Barrios como Grønland, el elegido por los migrantes árabes y africanos, o el renovado barrio del Aker Brygge, de cara al fiordo, salen también del letargo. Pero entre todos los barrios, me dice Mali, uno sufre una invasión: Grünerløkka. O "Løkka", para los vecinos.

-Desde que comienza el verano, pareciera que todos se vinieran a vivir acá -dice Mali, junto a sus tres hijos en la plaza Olaf Ryes-. Viene gente para salir, para comer, un montón de gente caminando de un lado a otro. En Noruega eso no era común. A mí me gusta pensar que es un nuevo espíritu.

Mali se refiere a la atmósfera cosmopolita del barrio: las tiendas de diseño, las galerías de arte, las decenas de panaderías artesanales y cafés; los restaurantes y bares de Thorvald Meyers, su calle principal, y los parques convertidos en ferias libres los fines de semana, congregando a una sociedad que tradicionalmente es más reservada e individualista.

-Trabajadores, humildes, que casi no hablan -dice Mali Brødreskift-. Así es el carácter del noruego. Todas las películas noruegas son casi sin hablar, porque la gente en realidad no habla. Pero Grünerløkka es más cálido. Más occidental. Es mucho más sencillo hablar con un extraño en Grünerløkka que en otra parte de Oslo.

El río, el petróleo

y el empresario

Oslo está dividido en dos por el río Akerselva, una barrera natural entre el oeste, habitada históricamente por la población más adinerada de la ciudad, y el este, donde la clase obrera, estudiantes, inmigrantes y parejas jóvenes de profesionales conviven en barrios como Grünerløkka.

El Akerselva, en realidad, es la fuente que permitió el surgimiento del barrio durante el siglo XIX, cuando las primeras industrias aprovecharon sus aguas para conseguir energía y también lo utilizaron como cauce para eliminar desechos. Las viejas casas de madera y las enormes granjas fueron dando paso a suburbios destinados a la clase trabajadora, compuesta por noruegos e inmigrantes, la mayoría provenientes de Europa del Este. Eran edificios de departamentos, viviendas básicas de bajo costo, donde decenas de familias tenían que compartir el único baño que existía por piso.

-Sobrevivimos con pescado y papas. Después inventamos el petróleo -dirá luego Henrique Larsen, dando la orden para que un filete de ballena Minke caiga sobre una sartén.

Fuera de bromas, lo que dice Henrique es cierto: Noruega era un país pobre. Más pobre que Chile. Hasta que la explotación de petróleo en el Mar del Norte a fines de los sesenta lo convirtió en el octavo país más rico del mundo, con un fondo soberano de 800.000 millones de dólares y uno de los mejores índices de calidad de vida. También es un país caro. Los sitios de viajeros lo alertan en sus títulos: Noruega se lleva tu billetera.

El boom del petróleo también cambió las reglas en Grünerløkka: de lugar inaccesible y depreciado, pasó a sufrir una primera ola de gentrificación cuando manadas de hippies , artistas e intelectuales llegaron con dinero fresco para comprar, arrendar e intervenir los espacios a mediados de los ochenta.

-En ese entonces era muy barato -dice la anticuaria Gunn Larsen, el pelo corto, lentes, que llegó al barrio durante esos años. Lo dice al interior de su tienda de antigüedades, bajo la mirada de un zorro disecado-. Éramos gente sin hijos, que buscaba hacer cosas nuevas. Lo consideramos como un buen lugar para vivir, porque estaba al este, donde no estaban los ricos. Hoy en día sigue siendo un lugar espectacular, pero mucho más movido. Aparecieron las tiendas, los cafés. Todo eso no existía.

Pero la gentrificación de Grünerløkka no ha sido violenta. Salvo el solitario McDonald's de Thorvald Meyers, por ejemplo, y que se inclina ante Munchies, un pequeño negocio de hamburguesas caseras ubicado enfrente, las grandes cadenas no han podido abrirse paso. No hay ni un solo Starbucks en todo Grünerløkka y salvo el Espresso House, una cadena sueca de cafeterías, el resto de los espacios han sido conquistados solo por emprendimientos locales. Todos ellos le deben el puntapié inicial a un hombre: Jan Vardøen.

Vardøen es un conocido empresario, músico y director de cine noruego, y el primero en proyectar el potencial de Grünerløkka en 1996, cuando formó parte de la apertura de Mucho Más, un restaurante de comida mexicana. Empecinado en cambiar la cara del barrio, dos años después abrió La Boca, un pequeño bar que se convirtió en un mito: se hizo conocido entre los tímidos oslenses como el único lugar donde no era mal visto hablar con extraños. Es más, era una condición del bar y también de sus dimensiones: La Boca era tan pequeño, que se hacía inevitable hablar con el vecino.

-Además, fue el primer bar de cocteles en Oslo -dice uno de sus dueños actuales, Fridtjof Jahnsen-. Antes de eso, ningún bar estaba acostumbrado a usar fruta fresca o hacer su propio sirope. Este lugar fue uno de los elementos clave que hicieron de Grünerløkka el lugar en el que se encuentra hoy en día. El vecindario significa mucho para el bar, y el bar significa mucho para el vecindario.

Sin embargo, todo parece conducir al río: hace algunos años, y sin ser oficialmente una calle, The New York Times incluyó la ribera del Akerselva dentro de sus 12 calles favoritas en Europa. Desde su descontaminación a mediados de los 80, el río se convirtió en el pulmón verde de Grünerløkka, y también en un circuito cultural gracias a sus museos, escuelas de diseño y proyectos como Blå, uno de los primeros clubes de jazz y salas de conciertos de Oslo, oculto entre viejos edificios, grafitis y la vegetación que se desborda desde el Akerselva. El puente para llegar a Blå, de hecho, se suspende sobre la ribera del río, por el que no es raro ver patos silvestres, cisnes y personas equipadas pescando truchas en medio de la ciudad.

Lo decía Mali Brødreskift, un día antes, en la plaza: la mezcla de vida moderna y naturaleza ha hecho que hordas se peleen a dientes una vivienda disponible en Grünerløkka. Todos quieren vivir aquí.

La segunda ola

-Hombres grandes -dice Henrique Larsen-. Botes grandes y arpones. Eso se necesita para atraparlas.

Henrique, flaco, barba, los brazos tatuados, está tras la barra de Vulkanfisk, mientras un filete de ballena Minke chisporrotea sobre una sartén.

Vulkanfisk es uno de los restaurantes de pescados y mariscos del Mathallen, el único que ofrece productos exclusivamente noruegos. La mayor excentricidad de su carta es precisamente la carne de ballena Minke. Sí: Noruega lidera rankings de sustentabilidad, el 98 por ciento de la energía producida tiene origen en fuentes renovables, la deforestación está prohibida y los vehículos eléctricos están exentos de impuestos -eso explica la invasión de Teslas, convertidos incluso en taxis-. Para el 2030, Noruega espera eliminar de forma definitiva su huella de carbono, pero no así su cuota de caza de ballenas.

Es miércoles y decenas de personas entran y salen del Mathallen, un galpón subdividido en pequeños restaurantes con comida de diferentes países: portuguesa, italiana, japonesa, húngara, mexicana y española; también hay panaderías, una barra de baos y dumplings , charcuterías y queserías donde es posible probar el geitost , un queso dulce noruego que se hace con leche de cabra que es cocinada hasta que carameliza.

-Mucha gente que viene hasta acá son personas del barrio -explica Henrique-. Vienen de sus trabajos, comen y luego regresan a disfrutar de "Løkka".

Henrique los tiene identificados: oficinistas, jubilados, turistas asiáticos, y por sobre todo hípsters sobre sus bicicletas eléctricas, muy de moda en el barrio. Presume que son los que han tenido suerte en conseguir una habitación. La mayoría de los que se mudan a esta zona debe compartir la vivienda para costear los precios cada vez más elevados. Un departamento a la venta en Grünerløkka, de entre 30 y 40 metros cuadrados, puede bordear los 2 millones de coronas: casi 164 millones de pesos chilenos.

-Puedes arrendar uno en 10 mil coronas (más de 800 mil pesos chilenos) -me explicaba la anticuaria Gunn Larsen, el día anterior-. Muchos de los que vienen acá son jóvenes de padres ricos o chicos que trabajan mucho, además de cursar sus estudios.

A pesar de ser un país rico, y de poseer un seguro social que cubre las necesidades básicas de la población, Noruega sigue siendo caro para los propios noruegos.

- "Vors" es la palabra que usamos -me dice André Wedén, rubio, con gorro, dando un sorbo a una cerveza al interior del Mathallen-. Significa algo así como "antes de salir". Una previa. Hacemos cenas, comemos y bebemos en casa. Por suerte Grünerløkka no es tan caro como otras zonas. No es como Aker Brygge, por ejemplo. Acá viene todo tipo de personas y hay un montón de pequeños lugares para visitar.

Son decenas de bares, restaurantes y cafeterías que prosperan a lo largo de Thorvald Meyers, la calle principal del barrio. The Nighthawk Diner es un ejemplo: inspirado en las cafeterías americanas de los 50, es popular por sus desayunos con tocino, waffles y malteadas. Su estilo contrasta con Bass, un gastrobar de alta cocina y con reservas a tope, especializado en la comida de temporada.

Una opción de mediodía son los brunches del Fru Hagen, que durante las noches se convierte en un bar con terrazas: los noruegos adoran las terrazas y es fácil distinguirlos. Por lo general, se sientan uno al lado del otro, con la vista hacia la calle. La razón, me explicó una de las meseras del restaurante mexicano Mucho Más, es para no perderse detalles de la vida en la calle. Para mirarse a la cara ya tendrán un largo invierno.

Markveien, otra de las calles principales del barrio, es la que concentra la mayor cantidad de tiendas de ropa, diseño y galerías arte de Grünerløkka. La mayoría llega por la ropa vintage de Robot o los accesorios de Marita Butikken. Pero en Markveien #33 está Retrolykke kaffebar, uno de los cafés más retratados de la zona, tanto por su diseño, que intenta emular una cocina noruega de los años 50, como por Tonje Fagerheim, su dueña, una ex asesora de inversiones devenida en pin up , que conoce el barrio como la palma de su mano.

-De pronto no es la mejor época del año para vender café, pero es muy estimulante sentir el ritmo que toma la ciudad -dice Tonje, el pelo rojo, los labios rojos, sentada en la terraza de su cafetería, con vista a la calle-. Aquí, la gente vive de manera colectiva, es un ambiente muy joven y eso hace que sea realmente vivo. Además, muchas parejas jóvenes han tenido a sus hijos acá y eso ayuda a que Grünerløkka conserve su espíritu de barrio.

Antes de las grúas

En el horizonte de Oslo, y por donde se mire, las grúas de construcción copan la panorámica de la ciudad. Es un reflejo de la buena economía del país, cuyas expectativas turísticas pretenden volcar la atención hacia el fiordo. La búsqueda de una imagen recordable de la ciudad ha obsesionado a los noruegos. Lo intentaron con la enorme Ópera de Oslo, construida en 2008, y hoy en día se preparan para trasladar la Biblioteca Nacional, el Museo de Artes Decorativas y Diseño, el Museo de Arte Contemporáneo, el Museo Nacional y el Museo de Munch hacia el Aker Brygge.

Esto último es quizá el único golpe para los habitantes de Grünerløkka. Desde aquí es posible llegar caminando al museo original de Munch, cercano al barrio de Tønyen, un circuito cultural que cobra valor al saber que el mismo autor de El Grito vivió en cuatro casas de Grünerløkka que no pertenecen a ninguna iniciativa turística. Tampoco es posible visitarlas.

-Eso es algo que sabemos bien todos los que vivimos aquí -dijo Mali Brødreskift, en la plaza Olaf Ryes-. Sin embargo, me parece bien. Es mejor quizá tener menos atención. Ya la tenemos suficiente en el verano.

En una colección privada está una de las pocas pinturas en las que Munch retrató el barrio de Grünerløkka: en ella se ve una porción de la calle Olaf Ryes, a pocos metros de donde conversamos con Mali, donde los edificios retratados son los mismos que hoy se conservan restaurados. La imagen es lúgubre. En ella se ve Grünerløkka en sus orígenes: gris, pobre, contaminada. Antes del petróleo, de las grúas, de los hípsters, y por lo visto, antes del verano.

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