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El clamoroso silencio árabe

La crisis en Oriente Medio parece un asunto de EE.UU. o la UE, y no de los países de la zona

El clamoroso silencio árabe efe

ignacio rupérez

Las crisis de Mesopotamia y Gaza registran una movilización política y social que en Occidente resulta incomparablemente mayor que la procedente de los países árabes y musulmanes de Oriente Medio. Lejos de concluir ambos conflictos, que incluso parecen empeorar, en esta y otras ocasiones los incendios de Oriente Medio , es decir los estallidos ante las injusticias, los enfrentamientos entre comunidades, las crisis de subsistencias, los enfrentamientos con Israel o las arbitrariedades del déspota de turno, con un larguísimo etcétera de violencia y destrucción, apenas o nada han sido atendidos por los vecinos del país afectado, si acaso para cerrar fronteras al paso de refugiados y pedir ayuda internacional. Como si la solución tuviera que proceder de fuera y con otros, no de nosotros mismos y de la misma región.

Una vez más parece como si Oriente Medio fuera cuestión propia de los Estados Unidos y de la Unión Europea, renovándose así y aunque no se quiera reconocer en las capitales de la región, esa vieja tradición colonialista de Occidente que, pese a ser tan denostada, hoy consistiría de nuevo en llamar a sus soldados para apagar el incendio correspondiente, sean cuales sean sus orígenes y culpables. Como si en la región no se localizaran las víctimas y los verdugos, que en el país vecino se conocen solo con cierta aprensión ante un peligro lejano, no estuvieran desapareciendo las joyas de su maravilloso patrimonio y sus minorías, todo islámico y preislámico, y no se escucharan esos lamentos de las poblaciones afectadas , especialmente en sus minorías musulmanas, cristianas y sincréticas, que pese a su dramática afectación carecerían de eco suficiente en los jardines del país contiguo.

Los que claman hoy contra la indefensión porque Bruselas y Washington no intervienen, no son diferentes a quienes critican tal intervencionismo neocolonial e imperialista de otros momentos, sobre todo cuando se prolonga con resultados desastrosos. Verdaderamente hay una larga lista de intervenciones, inconvenientes , por lo general protagonizadas por Washington, París y Londres con altos funcionarios de gatillo fácil, pero que también fueron posibles por la ausencia de contrapesos regionales, de respuestas vigorosas de esos vecinos que francamente se encontraron felices porque se les partiera la cara a Sadam Husein y Gadafi, que no han afrontado políticamente el caso Mursi-Al Sisi o el caso Bashar al Assad, y permanecen ausentes en las crisis de Mesopotamia y Gaza. En los países respectivos no es difícil oir a los antaño intervencionistas confesar que «con… vivíamos mejor».

Por ello hay que preguntar dónde están la Liga Árabe, la Organización Islámica de Cooperación, el Consejo de Cooperación del Golfo, etc., poniéndose de manifiesto la terrible situación de vecinos víctimas como Líbano, incapaz de protegerse, de cerrar sus fronteras y de disponer de otro paraguas protector que no sea el occidental. Parece como si los vecinos se desentendieran del problema ajeno, para que lo arregle otro, como si no fuera compartido, con el enemigo en casa como implacable lanzadera de uno al otro lado de las fronteras, con el tránsito inevitable del conflicto sectario y la violencia yihadista. Egoísmo, indolencia y desconfianza entre los países árabes, intrigas sectarias, tendencias a ayudar solo a los suyos en lugar de contribuir a una causa, fraccionamiento político y recelos recíprocos, configuran un espejo regional ante esos conflictos ignorados pero que algún día pueden trasladarse con parecida intensidad.

Hay leña para todos, dentro y fuera de Oriente Medio. En esta molicie antes aludida destacan Catar, no siempre con actuaciones acertadas, e Irán, país con más nervio en todo Oriente Medio, en juegos diplomáticos y estratégicos que nunca pueden ignorarse. Y en su día la misma Arabia Saudí que en marzo de 2011 sorprendió por la drástica intervención de sus tropas, avalada por los vecinos del Golfo Pérsico, no por Irán por supuesto, y por Washington, para reducir el nerviosismo de los chiíes en Bahrein. Intrínseca o provocada la pasividad árabe en los conflictos que tanto afectan a toda la región, refleja la mínima eficacia de sus instituciones trasnacionales , pero también la profunda y recurrente desunión entre los árabes; se manifestó ya en vida del Profeta, estalló tras los cuatro Califas Justos que le sucedieron y como en una metástasis ha continuado hasta hoy.

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