Una mesa de un bar a semejanza de la piel de toro en la que vivimos representa la esencia de una sátira con una acidez desbordante y un cariz vinculado indefectiblemente a una comunidad en la que sus habitantes resuelven sus problemas, los suyos y los de usted y los míos, los de todos, en medio de tragos de cerveza y sorbos de egos desmesurados. Mejor escrito que filmado, y provisto de un ritmo triunfal, el filme se adentra en la crítica política a través de las desventuras de un grupo de desempleados con más retranca que pretensiones lúcidas y mucho más cerca de los límites de la irracionalidad que de los cauces sensatos, un poco como cualquiera de nosotros cuando el ánimo pendenciero que enciende nuestra idiosincrasia se apodera de nuestra alma de apocado y nos convierte en salvadores del mundo.
¿De qué hemos de salvar a este planeta condenado? En las imágenes se cita la corrupción, se anticipa la pandemia y se exponen la intrusión profesional y las penurias de quienes rebotan de entrevista en entrevista sin jamás atisbar la casilla del premio. Se describe, en líneas generales, el devenir de un pueblo que habla a voz en grito en reuniones festivas y acaloradas, y calla en los instantes en los que ha de defender sus valores. De ahí el castigo de un futuro que se repite, como el director de este vodevil patrio, David Marqués, que retorna a un cortometraje que llevó a buen puerto en el 2013 y que, ahora, cuando las crisis se devoran unas a otras y ya nadie se acuerda del 2008, recupera en las caras de un casi idéntico reparto empecinado en retratarnos.
Solamente Alberto San Juan se echa a un lado y, con Fernando Tejero de recambio, se completa el cuarteto de Carlos Areces, Adriá Collado y Eric Francés, artífices de una pieza teatral en la que tres parados y un espíritu en proceso continuo de construcción se dan las réplicas, veloces cual puñaladas, en diálogos mordaces y basados en el equívoco. Esta confusión entre interpelaciones y frases sacadas de contexto, la táctica cómica que el guionista de Campeones ha explotado tanto en ese título como en otros proyectos de su carrera cinematográfica, constituye la piedra angular sobre la que se erige la fachada de un edificio robusto en sus cimientos, aunque de apariencia deslucida. Y ello, pese a que el formato colabora con vehemencia para que el resultado luzca ágil y dotado de la premura de los chistes de carcajada instantánea que caducan en el mero intento de desentrañar su simpleza.
Las secuencias se mueven con destreza entre contiendas dialécticas dentro de la tasca, entrevistas individuales a modo de documental, en las que los personajes se atacan con envidia y corrosión, y cuatro capítulos que añaden vivencias de cada uno de ellos para ayudar a su perfilado. Los roles rebosan de excentricidad y apelan al carácter absurdo y caricaturesco: el oportunista, el íntegro, el paranoico y el afortunado. Que, en realidad, responden a las especificidades, en el mismo orden, del delincuente, del fanfarrón, del negacionista y del pánfilo. Y con esas cartas se juega una partida de lances prodigiosos en los momentos en los que los destellos humorísticos brincan sin ataduras a un libreto demasiado enfocado en resaltar las bravatas censoras hacia una clase dirigente y hacia unas tesituras sociales que no resisten el mínimo análisis serio.
El realizador valenciano saca réditos descomunales de la genuina jocosidad de sus intérpretes, sobre todo de un Areces que se adueña de los breves sketches, como si visitara sus recuerdos de Muchachada Nui, y de un Tejero propenso a desplegar su ironía en un combate de golpes bajos en el que el público ha de saberse cómplice de una personalidad acomplejada y bravucona que nos abriga como nación.
‘EL CLUB DEL PARO’
Dirección y guion: David Marqués
Intérpretes: Carlos Areces, Fernando Tejero, Adriá Collado, Eric Francés, Antonio Resines, Javier Botet, María Isasi, Carmen Ruiz, Veki Velilla, Susana Merino
Música: Juanma Redondo
Fotografía: Guillem Oliver
Duración: 83 minutos
España, 2021