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EGIPTO

Una catedral rural para los cristianos egipcios decapitados en Libia

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Iglesia construida en El Our (Egipto) para los cristianos decapitados...
Iglesia construida en El Our (Egipto) para los cristianos decapitados hace tres años por el IS en Libia. Francisco Carrión

Marina aún recuerda la última vez que vio a su padre, uno de los 20 cristianos egipcios decapitados por la rama libia del autodenominado Estado Islámico en las playas de Trípoli. "Salió a la una de la madrugada camino de Sirte. Ahora sólo me queda el orgullo de ser su hija", relata la adolescente de 15 años entre la multitud que se congrega para inaugurar la Iglesia de los Mártires.

El templo -cuyas torres despuntan en las afueras de El Our, el pueblo del que partieron 13 de los asesinados- es una mole encalada de proporciones gigantescas para una villa de humildes agricultores cristianos emplazada en la provincia de Minya, a unos 350 kilómetros al sur de El Cairo. "Se merecen esta iglesia. Es un gran día", comenta Fahin Abdelsayed, un campesino de 65 años de impoluta galabiya (túnica) mientras se desliza entre bancadas abarrotadas de gentío. Una misa maratoniana -seis horas de liturgia y plegarias por los caídos- estrena un espacio de dimensiones catedralicias coincidiendo con el tercer aniversario de un crimen que -difundido en un vídeo de factura cinematográfica- conmocionó al país más poblado del mundo árabe, hogar de una minoría cristiana que representa alrededor del 8% de los 100 millones de habitantes.

"Rezamos por su alma pero los mártires están hoy mejor que nosotros", balbucea Kirolos Iskander, un agricultor de 26 años desde el final de la estancia. Con la cadencia de una letanía, la voz del sacerdote enumera el nombre de los decapitados cuyos rostros decoran las cortinas plastificadas de las dos puertas que franquean el acceso a la sacristía. Entretanto, en la sala, un monaguillo trata de abrirse paso por el pasillo con una bandeja de plata en la que ofrece vasitos de vino consagrado. El caldo se desvanece bajo una barahúnda de manos mientras el joven litiga para mantener el equilibrio. "Le damos gracias a Dios. La inauguración de esta iglesia ha convertido nuestra tristeza en alegría, algo que nos hará sentir orgullosos el resto de nuestros días", apunta Magda Aziz, una de las viudas de los emigrantes que conocieron el terror del califato en Sirte, la cuna de Muamar Gadafi. "Cuando llegamos a cualquier sitio y decimos que somos la familia del mártir Hani, la gente nos saluda con mucha amabilidad. Se nos respeta", añade la treinteañera que conserva todavía el luto que se enfundó a principios de 2015.

Fue entonces, cuando tras 45 días de secuestro, el IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés) divulgó unos fotogramas de brutalidad extrema que recorrieron el planeta. "Hace cuatro años mi hijo se fue a Libia para trabajar de pintor. Llevaba allí nueve meses cuando fue raptado", rememora Farag Ibrahim, un obrero jubilado de 63 años, sin rostro de dolor. "Desde que vimos las imágenes, sentimos que todo el mundo estaba con nosotros. Musulmanes y cristianos nos han mostrado desde entonces su solidaridad", asegura el progenitor.

Polémica por su construcción

La construcción de la iglesia amurallada que asoma entre campos verdes y palmeras no ha estado exenta de polémica. El presidente egipcio Abdelfatah al Sisi anunció su edificación como un proyecto nacional para aplacar el ánimo de las familias de las víctimas pero la medida -un asunto sensible y limitado por una ley promulgada en 2016- suscitó polémica. Poco después de que comenzaran los trabajos, una turba de musulmanes irrumpieron en las calles sin asfaltar del poblado en protesta por el nuevo templo. Los manifestantes lanzaron piedras y cócteles molotov contra la otra iglesia de la villa. Los incidentes nocturnos dejaron siete heridos y obligaron a las autoridades a cambiar la ubicación de la iglesia.

Partidario de olvidar su tortuosa construcción, el párroco Abuna Magar prefiere glosar la biografía de los desgraciados que hallaron la muerte cuando trataban de ganarse el pan en el tenebroso país vecino. "Eran buenas personas, muy queridas en el pueblo. Por eso Dios las escogió para el martirio. Cada uno de ellos fue el mejor de su casa. Tenían entre 20 y 40 años. La mayoría eran veinteañeros. Algunos dejaron hijos y esposas", cuenta el sacerdote. "La iglesia es un reconocimiento de Al Sisi a nuestro mártires de Libia", agrega.

En vísperas de unos comicios presidenciales transfigurados en farsa electoral por el régimen -con los potenciales rivales detenidos o forzados a renunciar a sus ambiciones-, la Iglesia Ortodoxa Copta aprovecha la inauguración para rendir pleitesía al ex jefe del Ejército. Su rostro sonriente luce en un descomunal cartel que cuelga de uno de los ventanales del exterior del templo, desbancando incluso al patriarca Teodoro II, un forofo incondicional del "rais".

"Solo tenemos palabras de gratitud para el presidente por levantar esta gran catedral que lleva el nombre de los mártires", murmura Farag. Ni siquiera detiene el culto al mariscal de campo el aumento de ataques terroristas contra la minoría registrados durante su presidencia o la ausencia de funcionarios entre los asistentes a la inauguración. Entre los vecinos de El Our, el único reproche es el destino no resuelto de los cadáveres de los decapitados, hallados el pasado septiembre en la costa libia. Hace meses la autoridad forense egipcia reclamó a los parientes una prueba de ADN para confirmar sus identidades. Los trámites, sin embargo, no han concluido y el regreso pendiente todavía tortura a las almas de este pueblo perdido, ansiosas por darles sepultura. "La alegría será completa cuando nos entreguen los cuerpos", confiesa Mariam Malek, la esposa del mártir Naguid.

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