Javier Martín

Argel, 9 dic (EFE).- Escondida en uno de los barrios más pobres de Argel, Amina, una joven subsahariana que apenas debe haber cumplido los 20 años, mira a todos los lados antes de sentarse en el suelo a hablar.

Ha visto a otros muchos hombres y mujeres desfilar por la zona sin volver a aparecer y tiene miedo de caer en manos de la policía argelina, que persigue sin reparo a los migrantes irregulares.

Sobre todo en las regiones rurales y montañosas del centro y el sur del país, menos pobladas y alejadas del bullicio de la capital, escenario de una guerra migratoria silenciada en la que según activistas locales no se respetan los derechos humanos.

Nacida en una pequeña aldea del este de Camerún, salió con otros miembros de su clan huyendo de la violencia del grupo yihadista Boko Haram, que desde Nigeria penetra hacia los países del norte y del este.

"Algunos murieron en el camino. Cuando llegamos a Argelia nos separamos. Yo vine con mi hermana aquí. Sí, nuestro objetivo es aún viajar a Europa. Pero no tenemos dinero y tenemos miedo", afirma con un hilo de voz.

Su testimonio representa, detalles aparte, la trágica historia de los miles de migrantes atrapados en Argelia, que como el resto de las naciones del norte de África, es uno de los núcleos de la migración irregular a Europa.

Tanto para los subsaharianos que tratan de atravesar el país procedentes de Camerún, Mali, Níger, Nigeria o Burkina Faso, como para sus propios ciudadanos, que buscan huir de la pobreza y el paro.

Conocer su número oficial exacto es una tarea titánica debido a la escasa presencia de organizaciones internacionales en su territorio y las dificultades que pone un régimen conocido por su hermetismo, razones que impiden obtener una perspectiva ajustada de la verdadera dimensión del problema.

Un registro de 2016 de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) cifraba en más de 90.000 el número de refugiados y solicitantes de asilo mientras que ONG internacionales y locales calculan en decenas de miles los que cruzan cada año la frontera sur.

La mayoría, sin embargo, no suelen llegar a la capital o a la costa, sino que trabajan de manera ilegal en las ciudades del sur, y cuando acumulan dinero necesario optan por dos rutas.

Ambas parten de la localidad de Ourgla: una en dirección a la histórica ciudad de Ghadames, escala necesaria para entrar en Libia, y otra hacia Maghnia y Oujda, que facilitan el acceso a Marruecos y la llegada a Ceuta y Melilla.

"Además del maltrato y el racismo de la población, tiene que enfrentarse a la rudeza de la Policía, que los mete en camiones y los lleva al otro lado de la frontera, donde los abandonan sin apenas agua y comida", denuncia un activista local, que por razones de seguridad prefiere no identificarse.

La OIM, agencia vinculada a la ONU, denunció el pasado julio que un total de 391 de ellos fueron depositados en la localidad fronteriza de In Guezzam y empujados al desierto de Níger en condiciones precarias, desde donde lograron llegar a ciudad nigerina de Amssaka.

En mayo, el ministro argelino de Interior, Noureddine Bedoui, admitió que su país expulsó a unos 27.000 migrantes irregulares en los últimos tres años.

Bedoui, que acusa a las ONG de querer ensuciar la imagen de Argelia, insiste, además, en que su país mantendrá sus políticas pese a las críticas.

Organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch han denunciado en los últimos meses el "tratamiento inhumano" que el régimen argelino da a los migrantes, en su gran mayoría subsaharianos.

"Desde enero, Argelia ha expulsado a miles de hombres, mujeres y niños a Níger y Mali en condiciones inhumanas, y en muchos casos sin considerar su estatus legal en Argelia o el grado de vulnerabilidad individual", dijo HRW en junio.

La organización exigió entonces el cese de las expulsiones arbitrarias y sumarias, y el desarrollo de un sistema de asignación equitativa y legal de los migrantes en situación irregular.

En un informe presentado en febrero, AI resaltó, por su parte, que más 6.500 inmigrantes procedentes de África subsahariana fueron expulsados de Argelia en 2017.

Para los que logran quedarse, dos son los periplos marítimos principales: uno desde el este, hacia las islas italianas; el otro rumbo a España, más corto pero más arriesgado.

"Viajar a España por mar es caro, unos 4.000 euros, y mucho más difícil", explicó a Efe meses atrás en el barco de rescate Aquarius un argelino que había preferido cruzar el norte de África y aventurarse desde Libia.

Aún así, y según cifras de ACNUR, Argelia se colocó en 2017 como segundo país de origen de migrantes que llegan a España, solo por detrás de Marruecos. EFE