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Ciencia

Crónica de una visita al corazón del único reactor nuclear que hay en Colombia

Jaime Sandoval, coordinador del IAN-R1, poncha una muestra en el núcleo del reactor.

Jaime Sandoval, coordinador del IAN-R1, poncha una muestra en el núcleo del reactor.

Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO

En televisión, el público ha visto alguna vez estas máquinas. En Colombia solo existe una.

¿Sabía usted que al frente de la estación Quinta Paredes de TransMilenio, de Bogotá, hay 15 millones de dólares enterrados?
Desde ese punto solo hay que cruzar la avenida El Dorado, hacia el costado de la Universidad Nacional, y rodear la sede del Sistema de Medios Públicos (RTVC) para llegar a la sede del Servicio Geológico Colombiano (SGC). Allí funciona el único reactor nuclear del país, el IAN-R1, avaluado en esa suma, que equivale a más de 72.000 millones de pesos.
En uno de sus edificios está anclado al suelo aquel heptágono de tres pisos, con barandas amarillas que contrastan con el verde claro de sus paredes. Cada vez que se sube un nivel, sus siete lados se vuelven más pequeños, como los pasteles de bodas.
A diferencia de los reactores nucleares más conocidos, como el tristemente célebre de Chernóbil o el de Zaporiyia, ambos en Ucrania, el IAN-R1 no produce energía en gran volumen. De hecho, es de los más pequeños del mundo: genera apenas 30 kilovatios térmicos, es decir, entre 10.000 y 100.000 veces menos que los que alimentan las redes eléctricas.
Al ser una máquina que nunca podrá ser utilizada con esos fines, el sol que entra por los largos ventanales que la rodean no la afecta. Si fuera un reactor de generación eléctrica y no uno experimental, debería aislarse completamente de la luz para evitar accidentes.
El corazón del IAN-R1 es una piscina redonda de cinco metros de profundidad, el doble de la que tiene una alberca olímpica. Con el agua se modera la radiación. Sin ella, las personas no podrían ver el fondo del pozo porque los ojos les arderían.
Aunque todos los reactores se basan en la fisión nuclear (ruptura del núcleo de un átomo), para los reactores de investigación –como el colombiano– lo más importante es la producción de neutrones. Con ello es posible realizar análisis químicos, se calcula la edad de los suelos y se fabrican isótopos (‘derivados’ de los elementos químicos), útiles en industrias como la farmacéutica y la ingeniería.
Cuando se echa un vistazo al interior de la alberca se ve el núcleo, un cubo metálico que tiene una rejilla en la que encajan 14 barras de combustible uranio-235. Con estas es posible el funcionamiento del reactor, tienen mínimo 40 años de utilidad si se trabaja a máxima potencia y todos los días de la semana.
Gracias al núcleo se pueden hacer irradiaciones controladas y analizar muestras, por ejemplo de rocas, que están pulverizadas para caracterizar sus materiales. Para ello se usa un sistema neumático que se puede entender como una terminal de transportes. Uno de los laboratorios del Servicio Geológico es el origen, el núcleo del reactor su destino y una tubería el bus que lleva al pasajero en 10 segundos de trayecto.
Cuando eso sucede, la muestra está 10 minutos dentro del núcleo y no sale con la misma “actitud”: sale irradiada, lista para ser analizada en laboratorios alternos. Eso sí, en algún momento vuelve a su estado normal, como una persona que está enojada: a los minutos u horas o, en el peor de los casos, días, deja de estarlo y vuelve a ser como era antes.
Este proceso también se puede hacer manualmente: desde la superficie del reactor, una persona –con ayuda de una cuerda– poncha la muestra que está encapsulada dentro del núcleo. Es como un tiro al blanco, se debe tener buena puntería para lanzar.
Hernán Olaya, director técnico de Asuntos Nucleares del SGC, cuenta que en el 2022 analizaron, aproximadamente, 1.400 muestras. Durante la emergencia sanitaria del covid-19 eran menos de 500 al año.
Los estudiantes de la Universidad Nacional, los guardas de seguridad del Servicio Geológico Colombiano y los carros que pasan por el puente de la carrera 50 no pueden escuchar cuando el reactor está cumpliendo su tarea. Es una máquina tan muda como un caracol.
Hace 24 años estuvo más silenciosa que de costumbre. El reactor, donado por Estados Unidos dentro del marco ‘Átomos para la paz’, fue apagado el 31 de marzo de 1998, nueve meses después de que la administración del expresidente Ernesto Samper liquidó el Instituto de Ciencias Nucleares y Energías Alternativas (Inea). En 2005 fue encendido de nuevo y se inició el entrenamiento de personal y pruebas para volver a obtener su licencia de operación.
Actualmente, recibe un mantenimiento de rutina, que cada año tiene un valor entre 70 y 80 millones de pesos. Además, de vez en cuando, se le hace uno profundo como el que le realizaron entre junio y septiembre de 2022, que costó 600 millones de pesos.
Si alguien levanta la mirada se topa con una estructura cuadrada de la que se desprenden tres barras grises. Son las de control y están hechas de boro, material que absorbe los neutrones, con el fin de frenar o ralentizar la reacción. Es como si fuera una cárcel: el guarda sabe en qué momento lleva a los presos al patio, si hay algún disturbio que ponga en riesgo el orden, los retienen para controlar la situación.
Si la vista sigue en la misma perspectiva se logra apreciar una grúa de color amarillo, como las que se usan en construcciones, que rodea todo el reactor. La utilizan para transportar peso desde la piscina principal a otra. Esta última se puede ver a unos metros del mismo lugar, en el primer piso, y se encuentra bajo tierra, cubierta de cemento para prestar el servicio de blindaje contra la radiación. Dentro de ella se almacenan elementos radiactivos o muestras de igual categoría.
En el mismo nivel, hay un intercambiador de calor. Es un cilindro metálico como los de gas que utilizan los colombianos en sus hogares. Con este se controla la temperatura del reactor y el flujo del agua que está en la piscina principal. Está conectado, por medio de una tubería, a una torre de enfriamiento que ayuda a mantener el equilibrio térmico.
En contraste con las 422 centrales nucleares que hay en el mundo, según cifras del Sistema de Información sobre Reactores en Potencia (Pris), estas tienen inmensas torres de refrigeración que liberan vapor de agua a la superficie. El IAN-R1 no lo hace. No se logra apreciar lo que para muchos es “humo”, puesto que el agua nunca se alcanza a “hervir”. Eso sucedería en el caso de que se produjera energía eléctrica.
Como ocurre con Homero y sus compañeros de trabajo en Los Simpson, el personal que se encarga del funcionamiento del IAN-R1 no viste trajes especiales, solo utiliza batas de las que se utilizan en la clase de Química del colegio.
En el caso del reactor nuclear colombiano, las personas que vayan a ingresar sí deben usar un dosímetro, el pequeño aparato en forma de cuadrado que mide el nivel de radiación mientras se realizan las labores. Este dispositivo se encuentra en la oficina de control del reactor.
Allí, hay cuatro pantallas similares a las de un computador de escritorio. Al ser encendidas, en la que está del lado izquierdo aparece un sistema que pide usuario y contraseña.
“Con esto se hace el ingreso de personas autorizadas. Quien vaya a hacer la operación aparecerá aquí registrada y es el responsable de lo que se realice en el reactor”, explica Jaime Sandoval, físico de la Universidad Nacional y coordinador del funcionamiento del IAN-R1.

Nosotros tenemos cuatro roles básicos: supervisor, operador, oficial de protección radiológica y oficial de mantenimiento.
De esa manera se asegura que el reactor pueda operar

Además de Sandoval hay otras siete personas. “Nosotros tenemos cuatro roles básicos: supervisor, operador, oficial de protección radiológica y oficial de mantenimiento. Cada uno debe tener un reemplazo, por vacaciones, enfermedad o imprevistos. De esa manera se asegura que el reactor pueda operar”, indica Sandoval.
A simple vista se observan unas placas metálicas que adornan los alrededores de los equipos. “Reactor nuclear IAN-R1. Consola de control”, dicen las láminas, acompañadas de la bandera de Colombia y también la de México.
Esto último se debe a que en el 2012 sufrió una modificación relevante: el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares de la república azteca mejoró los sistemas de monitoreo con un cambio de instrumentos e instaló otros electrónicos a la vanguardia en cuanto a reactores nucleares se trata.
Con estos se realizan pruebas de arranque. Se hace un chequeo automático de toda la instrumentalización. Si el reactor supera las pruebas, puede entrar a operar tranquilamente y hacer sus actividades. Tiene la posibilidad de estar encendido todo el tiempo, su capacidad lo permite, pero lo apagan a las ocho horas de funcionamiento y los fines de semana, para que el personal descanse.

Tratamos de que este reactor continúe y no pare en futuras generaciones. Estimamos que su vida útil pueda prolongarse de 80 a 100 años más

Las paredes blancas de la sala de control cobran vida con los letreros rojos que advierten del riesgo, la señalización verde que indica la salida de emergencia y las grandes cajas grises que resguardan el sistema de seguridad. A diferencia de los sistemas que aparecen en Los Simpson, estos no tienen tantos botones o equipos, solo hay vitrinas ocupadas por cables y sensores.
En cuanto al futuro del IAN-R1, Mauricio López, líder de la línea de Investigación en Reactores Nucleares del SGC, cuenta: “Tratamos de que este reactor continúe y no pare en futuras generaciones. Estimamos que su vida útil pueda prolongarse de 80 a 100 años más. Así, futuras generaciones podrán venir, aprovechar, operar y aprender. La idea es hacer escuela y si la energía nuclear tiene futuro acá en Colombia, que exista gente capacitada y que pueda tomar las riendas”.
Tener a personas preparadas e instruidas en esta área es, quizás, más relevante ahora que nunca, teniendo en cuenta que el 13 de diciembre del año pasado, científicos en los Estados Unidos, el país que cuenta con más reactores nucleares en funcionamiento (94), lograron un gran avance en la tecnología de fusión nuclear, al producir por primera vez más energía de la que se consume en una reacción, con la unión de dos átomos de hidrógeno. Este hito histórico posibilitará, dentro de unas décadas, la generación de energía, por medio de una fuente limpia, abundante y segura.
A pesar de que el IAN-R1 nunca pueda ser utilizado con este propósito, el director técnico de Asuntos Nucleares, Olaya, señala que desean tener un segundo reactor. Sí, que este artefacto tenga un familiar de mayor potencia y con la capacidad de generar un mayor flujo neutrónico que aporte, por ejemplo, a la medicina.
Mientras tanto, y si algún día esto llega a suceder, el IAN-R1 seguirá siendo el único reactor nuclear con el que cuente Colombia. Continuará operando en un recóndito edificio del Servicio Geológico Colombiano, ubicado en medio del afán de las personas que, quizás, no saben que muy cerca de su cotidianidad, por donde pasan todos los días para ir a su trabajo o solo dar un paseo por la capital, yacen enterrados 15 millones de dólares.
KAROL PASTRANA
Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
En Twitter: karolpastranac
Infografía: Unidad de Diseño Digital

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